miércoles, 14 de agosto de 2013


En el fondo sonaba un bolero algo destemplado, poco a poco se iba terminando el día, justo ese día, el día que había soñado por años, por fin visitaba esa ciudad tan esperada, a la que esperaba ir desde el primer día que la vio en una foto de un libro de texto. El único inconveniente para llegar allí era que estaba justo al otro lado del mundo, el punto donde seguir o devolverse es mas o menos lo mismo. Sentada frente a un chocolate caliente, frotó sus manos y sonrió para si misma, lo imposible, se volvió posible y no supo como.
Deambuló a su gusto por aquella ciudad, absorbiendo cada detalle con sus ojos. Escuchado el idioma extraño en medio del tráfico de todas las ciudades. Caminó en sus calles viejas, en medio los edificios distintos, bajo las gárgolas, esos guardianes mudos testigos de toda la historia que había pasado bajo sus ojos de piedra. Gustándola con sus deliciosas comidas. Oliendo a esa humedad de ciudad vieja, tocando sus bancos de los parques.
Sin saber como llegó allí, justo allí, a ese museo, al museo que no pensó ir, bajo el aguacero que no debió existir, y la conoció, conoció la pintura que estaba esperando a ser vista para  que entendiera de forma profunda que somos, somos incluso cuando nuestra piel se resiste a retenernos, que somos así nos miren como fenómenos, que somos incluso cuando no queremos ser.

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